15.10.15

Transparències - 2





Carla me bajó del coche y me dejó en la puerta con una mochila desgastada colgando del hombro, unas llaves en una mano, y en la otra, una bolsa de plástico con un poco de leche, pan bimbo y jamón. Paso a verte en un par de días, el cuadro de luces está entrando a la izquierda, si necesitas cualquier cosa llámame, Javier. Encadenaba todas esas palabras, mientras sonreía  y subía la ventanilla con el motor en marcha. Mi cuerpo, hecho un gurruño de tristezas, se quedó plantado viendo como mi amiga se alejaba en aquel Opel Corsa destartalado.

Entré en la casa y sentí la humedad del espacio deshabitado, el chapoteo de las aguas del lago y una roca inmensa en el pecho. Aquella primera noche no pude hacer nada más que envolverme en una colcha de flores raída y, en la esquina de la cama solitaria, convertirme en un ovillo.

“Solo. Sentado en la mesa, los codos clavados en el hule pegajoso. Ante mí, una taza de café de sobre, caducado. Husmeando en la cocina, es lo único que he encontrado, en el fondo de un cajón junto a una caja de cerillas amarillenta y cuatro fideos solitarios. En frente, un gran ventanal que da a un porche, y después del porche, el lago, abrazado por las inmensas montañas. A pesar de la belleza del paisaje, lo veo borroso, no estoy aquí, estoy en mi mente, entre frases no dichas y torpezas. Estoy en el silencio, también en el silencio. 

Esas primeras semanas las recuerdo como si me arrastrara todo el tiempo envuelto en la colcha, sumido en un patetismo difícil de describir. Llorando, durmiendo, fumando… Sobreviví a base de yogures y gazpacho Alvalle. Dentro de un armario, bajo unas mantas que olían a naftalina, encontré un cuaderno que empecé a llenar de palabras y dibujos, un condescendiente  interlocutor para tantas horas de soledad. Carla me visitaba a menudo, me traía la compra, me sermoneaba, abría las ventanas y me cocinaba algo. Carla, mi amiga de toda la vida, la que me defendía en el cole cuando los de octavo se metían con mi nariz en plena expansión, la que, con su discurso, nos hizo llorar a todos el día de mi boda. Ella fue la que me  tendió la mano para que sacara la cabeza del lodo ofreciéndome la casa de veraneo de sus padres.

“Solo cuando me he dado por vencido, sin excusas ni justificaciones, he sido capaz de salir de la madriguera. En paz, sin miedo, enfundado en mi cazadora tejana. He andado hasta el pueblo por la carretera que bordea el lago. Me he percatado de que es Abril. La tarde me ha parecido hermosa, muy hermosa. En el pueblo hay un pequeño colmado. Encima de la puerta cuelga un cartel donde, con letras rojas descoloridas, se puede leer “Sol-Ya”. Tiene coña,  puesto que en este enclave lo que menos acude es el sol.” 

Al abrir la puerta las bisagras chirriaron. De la trastienda apareció un tipo canoso, con grandes manos y mandíbula perfilada. Me sonrió y empezamos una conversación cortés.  Sentí alivio, llevaba semanas solamente hablando con Carla, llorando orujo en su hombro y encadenando discursos de marinero perdido, y de repente me di cuenta de que era capaz de entablar una conversación, sin ningún atisbo de tristeza. ¿Así que tú eres el que estás en la casa de Julián? Entran nubes por el este, parece que mañana vamos a tener temporal. Amarra bien la barca, no se te la vaya a llevar la corriente, que este lago es muy traidor cuando el viento sopla del este. ¿Todavía no has salido a pescar? Me vengo yo un día y te enseño. Si es muy fácil chaval, así puedes cenar pescado fresco cada día. Los sábados echan fútbol en el Bombilla ¿no has estado? Está en la calle de los morteros, pasada la oficina de correos. ¡Vente una tarde y te tomas unas jarras con nosotros, hombre! Salí del colmado con una malla de mejillones, una barra de pan y una botella de albariño. La agresividad de la culpa, por primera vez en muchos meses, se atenuó.

“Ceno en el porche, mejillones y una copa de vino blanco. Tras las montañas hay nubarrones que se iluminan con violentos relámpagos. Los truenos rugen a lo lejos.  Las aguas del lago, de un gris acorazado, están en calma, escuchan, y los árboles se mecen.  De reojo miro la barca destartalada, amarrada… si sobrevive al temporal , le tomaré la palabra a Santi para que me enseñe a pescar”.

“Santi me visita a menudo. Hoy se ha presentado con un perro. Dice que es de un vecino suyo, que se le escapa cada dos por tres y como vive junto a  la carretera, lo han atropellado ya dos veces. El vecino no lo quiere, está frito, y como lo iba a abandonar  a su suerte en la perrera, mi amigo ha pensado que quizás me vendría bien, ya que esto de la casa del lago es muy solitario. El perro se llama Belenko. Al principio intento encontrar la forma de decirle a Santi que no me haga esa putada, que no me hace falta ningún perro… pero mi mirada se cruza con la de ese animal renco, y ya estoy perdido. Santi carcajea estruendosamente y me palmea la espalda diciéndome que él ya sabía que ese perro y yo nos íbamos a gustar ”. 

Carla espació sus ratos conmigo, supongo que me veía mejor. Algo empezó a reordenarse, aun así, la soledad y la culpa seguían instaladas, como si de una penitencia se tratara, también como una medicina. En el pueblo faltaba un pintor, y así comencé a ganarme la vida. Cambié las veinte horas de ordenador, por diez horas de pintar paredes y hacer chapuzas, y me atrevería a decir que con eso me bastó para sentir un soplo de felicidad. 

“Por la tarde voy a pescar con la barca, descubro rutas en compañía de Belenko, o me tomo unas pintas mientras veo a los viejos jugando al domino. Me acuesto pronto. Salgo de casa temprano, me he comprado una furgo que está hecha polvo, cada tres días me deja tirado. Cargo en ella mis latas de pintura y cuatro herramientas, y a trabajar. Nunca imaginé este hoy. Os echo mucho de menos, y sin embargo sé que no voy a volver. No sé si algún día vais a perdonarme. Creo que tampoco quiero que lo hagáis, lo hice mal, muy mal. Una persona hecha y derecha nunca abandona a su familia de esa forma,  pero es que me estaba desmoronando demasiado rápido llenándolo todo de escombros.   Huí como si no tuviera responsabilidades ni ataduras. En realidad sentía su aliento tan cerca, que a pesar de ellas y por culpa de ellas, huí. Aun así, intentar destruir todo mi pasado, no me ha permitido partir de cero, ¿verdad?, lo que he hecho es recoger los pedazos de mi esencia, y reconstruir, al fin y al cabo, reconstruir”.


4 comentarios :

Olga O dijo...

Llegó la noche, y con ello mi tiempo para leer. Gracias por este texto que teletransporta...sabremos más de Javier?

Pilar dijo...

Me ha gustado mucho Caterina. Yo también me pregunto si sabremos más de Javier...

co•co•marro dijo...

Sí, pensé q era el comienzo de un libro. Q bien escribes! Espero q sigas...

Caterina Pérez dijo...

me alegra un montón que me preguntéis sobre ello Olga y Pilar! la verdad es que la idea era cerrarlo, pero cuando terminé, me di cuenta que tenía muchas ganas de contar más cosas de Javier... así que ahí está la semillita, ya veremos :))

muchísimas gracias cocomarro!