Al rozar estas fechas me doy cuenta que el verano ya no sabe como antes... ya no sabe a horas sin reloj, a dormir, a liberación, a sentarse en un banco a comer pipas. Quedan lejos las paellas de los jueves en las que nos juntábamos un montón de primos en casa de mis abuelos. Los frigopies, el sonido de la cremallera de una tienda de campaña. Las fiestas de mi pueblo ya no son lo que eran, qué disgusto! Ya no volveré a sentir el placer de ganar aquellas primeras pelas sirviendo helados, o quemándome con la plancha de los crepes, o poniendo queso encima de pizzas grasientas. Las primeras veces que detectas que te ha subido el guapo tras el bronceado... Mi madre y mi hermana esperándome en Venecia, recorrer Menorca subida en una moto, una pensión cutre en Florencia, un stage de música en una maison idílica francesa...

Aunque he perdido esa sensación de toooodos esos largos meses que se despliegan ante uno, esta vez voy a encontrar el sabor del verano que me toca vivir. Poco a poco, saboreando la luz, comiendo sandía, regando las plantas y cantando en el coche.